Rudolf Wagner vive en un pueblo bávaro, no muy lejos de Munich. Apellidos como el suyo pesan, parecen marcar con esa gravedad que los nombres de pila como Juan o María no poseen. Tampoco apellidos como López o García o Martínez. Los apellidos son una cosa y otra distinta son las personas. Eso es una cosa que sabe casi todo el mundo. Pero algunos nombres lo olvidan, dejan su peso sobre las personas, se solapan, se apoderan con su sonoridad del silencioso cadáver desposeído.
Un día los seguidores de un extraño botánico, un tal Rudolf Wagner, micólogo de afición, aporrearon su puerta. Hasta altas horas de la noche hicieron guardia en la entrada de su casa, al segundo día desaparecieron. Rudolf Wagner no abrió la puerta, no se atrevió, jamás supo por qué lo perseguían, con el tiempo, incluso, llegó a dudar de que lo hubieran hecho.
Pero a partir de entonces no pudo dormir en paz, desazonado buscó su nombre en internet y una vaga nebulosa de identidad se ciñó sobre su vida. No tardó en comprender que ya no era sólo su nombre lo que estaba en juego.
Un día los seguidores de un extraño botánico, un tal Rudolf Wagner, micólogo de afición, aporrearon su puerta. Hasta altas horas de la noche hicieron guardia en la entrada de su casa, al segundo día desaparecieron. Rudolf Wagner no abrió la puerta, no se atrevió, jamás supo por qué lo perseguían, con el tiempo, incluso, llegó a dudar de que lo hubieran hecho.
Pero a partir de entonces no pudo dormir en paz, desazonado buscó su nombre en internet y una vaga nebulosa de identidad se ciñó sobre su vida. No tardó en comprender que ya no era sólo su nombre lo que estaba en juego.
2 comentarios:
Seguro que la que llamaba insistentemente a la puerta era una valquiria perdida...
Salu2, perrete.
¿Cómo iba alguien que murió en 1938 a buscar su nombre en Internet? Jajajaja
NOTA: Agradecimientos a Wikipedia.
Me gustan mucho las historias que mezclan realidad con ficción o, por qué no decirlo, con paranoia. Siempre tienen un toque original.
¡Salud, Antonio!
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