sábado, 3 de diciembre de 2011

Otro cuento de navidad

En el Museo Leopold de Viena este verano.

El año pasado le cogí prestada a mi hermano su hija. La hice un poco mayor, la traje a vivir a mi casa, fingimos que éramos padre e hija, que estábamos solos en el mundo. Entonces me dijo que le contara un cuento de navidad y lo hice y nos sentamos a escucharlo y de pronto el cuento tomó forma. Era algo especial entre nosotros, no sé si me entiendes, algo especial, un rollo padre hija que no todo el mundo podría experimentar.

Así que ahora me siento otra vez a escribir, estoy tecleando en el ordenador y pienso qué cuento de navidad podría contar en esta ocasión. Es tarde y hace frío y me siento entumecido. Tendría que estar haciendo cien mil cosas antes que escribir este cuento pero ya no puedo parar. No sé si volveré a escribir, pienso, no sé qué será de mí mañana, mucho menos dentro de un año. Pero no soy un nihilista, pienso, están ellos y entre ellos también estás tú y yo y eso me conforta, aunque ahora note que el frío me gana por los pies. Escribir un cuento de navidad es algo importante, pienso, porque es como celebrar un año nuevo, especialmente para mí que no soy creyente y que las navidades son otra cosa, que sí, que es cierto que canto villancicos y pongo un belén, pero eso también es por ti, porque ya te he dicho que no lo soy, que no soy nihilista. Es como esos poemas japoneses a la muerte, un cuento de navidad parece que tiene que decirnos que pese al frío y pese a las miserias de la vida, pese a la ausencia de editores y a la falta de dinero, pese al dolor y a las privaciones, ha merecido la pena, merece la pena vivir.

Así que hablo de un hombre tranquilo que regresa del trabajo el día de nochebuena, es algo sencillo, con las aspiraciones justas, abre su puerta y entonces lo recuerda, cuando salió de casa estaba solo, sólo en el mundo, pero algo ha sucedido porque oye ruidos en el salón y ella se acerca y lo besa con familiaridad, le ayuda a quitarse la chaqueta y le pregunta por cómo le ha ido el día. No puede entenderlo pero al rato se da cuenta de que no tiene sentido entenderlo todo, de que simplemente es así y sonríe cuando avanza hasta el dormitorio y deja sobre la cama envuelto el regalo que ha comprado para ella.

Entonces pienso en ti y pienso en que te gustaría que este año el cuento de navidad hablara de nosotros, que no tengo que irme a otra casa a robar a ninguna niña, que estás tú. Y yo te miro a los ojos. He abierto la puerta y estabas en casa. Me miras, tus ojos son mi navidad y acepto el regalo.

3 comentarios:

Dyhego dijo...

Vuelveeee a casa vuelveeeee por navidaddddddd.
Saludos, Antonio.

rastapopulos dijo...

madre mía qué foto!!!!
a ver si te envío algunas cosillas que llevo entre manos, o nos marcamos un partidillo o en su defecto un vermut, en la barra del Jumillano...
saludosssssssss zagal, enseguida estoy por allí

Antonio Aguilar dijo...

Hola Rastapopulos, que me da a mí que te has equivocado de entrada, que más bien será la otra foto, en la que apareces tú.
Un abrazo, aquí te espero,incluso pa ir al jumillano.