Al escribir su nombre equivocó una letra, la perdió, de tal manera que su apellido dejó de ser su apellido y él terminó convertido en otro, alguien diferente, extraño a sí mismo. Al principio no cayó en la cuenta. Lo dejó pasar, algo en él, en su interior le decía que, bueno, el cambio ya estaba hecho, que qué sentido tendría corregirlo, una mera errata.
En las horas siguientes no pasó nada especialmente relevante, pero notó que su cuerpo se sentaba de otra forma, de otra manera sostenía el bolígrafo, que trazaba las letras con una caligrafía desconocida hasta entonces. De pronto cogió el teléfono, marcó un número. Soy yo, dijo, no iré a comer. Cuando colgó cayó en la cuenta de que él vivía solo, de que nadie lo esperaba para comer, para hacer la compra, fregar los platos, recoger a los niños del colegio. ¿Entonces?
Volvió sobre sus papeles y buscó el documento donde su nombre se había rebelado, donde su nombre era el de otro. Una vaga sensación de pérdida se cebó sobre quien había sido. Echó de menos a su esposa, quiso a sus hijos, la vida ordenada de quien había empezado a ser. Y ya no pudo hacer nada.
1 comentario:
ANTONIO:
¡Madre mía, si nos quitan la identidad no somos nadie!
Salu2
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