viernes, 6 de mayo de 2011

Teclear tu nombre en el trabajo


Estoy en mi oficina. En las mesa de al lado mi compañera habla por teléfono. De la otra habitación llega una música. Yo me relajo, me quito los cascos, me detengo a pensar un segundo, quizás un poco más. Y empiezo a teclear, no sé por qué, pero tecleo, voy dándole a cada tecla, esbozando un texto imposible, pero escribo en el vacío, como en esos juegos simulacros de guitarra de la adolescencia, porque el ordenador está apagado, porque escribo sobre un silencio que empieza a coincidir con cada tecla, cada palabra en ausencia, inventada, recreada en sus sonidos metálicos. Plástico. Esto no lo estás diciendo, lo estás sonando.

Suena esto. Suena tu nombre, cinco teclas, cinco letras, cinco deseos y todos giran en torno a ti esta mañana.

3 comentarios:

marga dijo...

Sin caer en el "peloteo", me gusta mucho esta entrada, esa forma de contar, de decir, de hacernos sentir. Gracias por compartirlo.

un beso de corales

glup!

Anónimo dijo...

EL NOMBRE
Tradicionalmene,la función del nombre era la de atraer los favores de los dioses, o al menos, de protegerse de sus iras, e incluso el mismo Platón decía que escoger un nombre es algo demasiado serio como para dejarlo al azar. Pero a partir del siglo X los nombres empiezan a cristianizarse, y desde el siglo XIV la Iglesia exige que se impongan en el sacramento del Bautismo (de ahí la definición de "nombre de pila" referida a la pila bautismal); a partir de entonces, el nombre sigue manteniendo la misma función, pero la protección, el favor o las virtudes que se solicitan ya no son los de los dioses, sino de algún santo de la Iglesia.
Casi simultáneamente, los nombres de familia, hasta entonces patrimonio de la nobleza, empiezan a popularizarse por la necesidad de confeccionar catrastros de tierras y bienes; para ello, el nombre se inscribe y luego se trasmite de padres a hijos convirtiéndose en apellido, para lo cual se adopta el nombre del lugar, de la finca, del oficio o incluso una circunstancia personal.
Otra costumbre que se impone es convertir indirectamente el nombre en hereditario, pues al recién nacido se le impone el nombre del abuelo o del padrino si es niño, y de la abuela o la madrina si es niña, con lo cual su utilidad de limita a mantener una línea, una continuidad generacional en la que los abuelos gozan d la posibilidad de que algo suyo perdure y, quizás, de seguir protegiendo a su descendencia.
Sin embargo, las cosas no tardan en complicarse con la aparición de un segundo e incluso de un tercer nombre para satisfacer a otros familiares que también desean
perpetuar el suyo (costumbre que todavía perdura en la actualidad); los dos últimos siglos contemplan la proliferación de los nombres, tanto a causa de los errores de transcripción como a la introducción de nombres laicos paralelamente a la decreciente obediencia a la Iglesia. Es cuando los deseosos de cambios adoptan los nombres dobles y empiezan a popularizarse. Tras la última contienda mundial todo cambia, los nombres proliferan sin tasa ni medida y despreciando en gran parte los nombres simples de nuestros abuelos, aparece la moda de buscar otros que suenen bien, sean exóticos u originales. Pero a pesar de todas estas evoluciones, EL NOMBRE sigue manteniendo su importancia y su valor decisorio sobre la vida y quizás el DESTINO de quienes los portan.

Antonio Aguilar dijo...

Querido anónimo/a, cuánta información. No sé, me quedo con lo del nombre de pila. A mí me gusta pensar que ese nombre de cinco letras que tecleo con el ordenador apagado, por el gusto de jugar, de simular la escritura, es en realidad un nombre de pila, de sostén, de base, de columna vertebral.