Estoy leyendo una novela de Philip Roth, llevo unas cincuenta páginas, en esas cincuenta páginas hay más literatura que en las últimas diez, veinte, treinta últimas novelas que he leído. Desde Las hermanas Grimes de Richard Yates no había vuelto a disfrutar con una buena novela. En el peor de los casos me encuentro con un libro sin voluntad, me da pereza explicar esto, la verdad, porque todos en algún momento nos hemos encontrado con libros así, la sección de novedades de los grandes almacenes está llena de este tipo de libros, también las librerías. Tienen su sentido, su momento y sobre todo su público. Ya no es que cuenten mal o que no hayan encontrado una trama interesante, es que lo están haciendo de una manera llana, sin ningún deseo ni aspiración, puro relato sin voluntad, que no imita el discurso cotidiano sino que es simple y llanamente discurso llano. Poco más.
José María Pozuelo hace en el cultural del ABC la crítica de la última novela de Manuel Vilas, Los inmortales, y termina con una coda interesante. Aunque la reseña es favorable, critica algunos momentos en los que Vilas, siempre según la opinión del profesor Pozuelo, no está a la altura de sus lectores de verdad aquellos que son los que a la larga importan más allá de las modas del momento o del chiste que intenta epatar con determinada estética. Por otro lado, veo en uno de esos grandes almacenes España de Vilas publicado en bolsillo. Otra colección de cuentos con voluntad de novela.
El sábado en El País encuentro un artículo de opinión que vuelve a matar a la novela. Se queja alguien de que no han desaparecido las novelas sino los lectores de novela. Joder cómo está el patio. Y nosotros entretanto le regalamos a Laura, que aguarda en el hospital a su criatura, La dama de blanco de Wilkie Collins.
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