28/11/2007
Hubo una mañana, hace algunos años, en la que me levanté con una extraña determinación. Es frecuente, siendo profesor de literatura y siendo, cosa que no siempre van de la mano, lector apasionado, que tenga sueños con los personajes de las novelas que leo, con los argumentos, con las situaciones que continúo dándoles a veces soluciones inverosímiles, e incluso que sueñe con los escritores, aunque sinceramente en este punto tengo que decir que prefiero los sueños con las escritoras. Pero lo que me sucedió entonces nunca me había pasado. Me desperté con la convicción, extraña, de querer convertirme en Alberto Manguel. No le habría dado más importancia a este extravagante deseo de no venir acompañado del suceso más extraordinario que ha sucedido en mi vida. Cuando todavía algo dormido, con las zapatillas de arrastrar por casa, llegué al baño, salté del susto y volví a la vigilia con una vigencia desacostumbrada. Una espesa barba blanca, como la de papa Noel, poblaba mi cara.
¿Pero qué sabía yo de Alberto Manguel aparte de que era el autor de una serie de libros tales como Una historia de la lectura,
El hecho en sí no era insólito al menos. Hacía años que había leído el relato de un hombre que había tratado el tema. No sabemos si este hombre habría querido convertirse exactamente en Alberto Manguel, al que conoció cuando éste trabajaba de dependiente en una librería, ya que en realidad el relato de este vetusto escritor versaba sobre otra transubtanciación, al menos igual de descabellada, la de un tal Pierre Menard que quiso ser si no Cervantes en su totalidad, al menos en esa parte de él que se reconocía autor del Quijote.
La cuestión de su nacionalidad y de su origen me resultaba especialmente perentoria de resolver. Sobre todo por si tenía que aprender alguna lengua nueva. ¿Un argentino que escribe en inglés?, recuerdo que dije indignado, mientras rellenaba la instancia de la escuela de idiomas.
El hecho de que, siendo argentino, escriba en inglés tiene una explicación. Cuando Manguel tenía un mes, su padre fue enviado a Israel como embajador. Allí tuvo una nodriza checa de lengua alemana que le enseñó alemán e inglés. Y no aprendió español hasta volver a Argentina a los siete años.
(Tomado literalmente de la entrevista de Javier Rodríguez Marcos, en el El País 10/01/2002, a propósito de la aparición del libro de ensayos En el bosque del espejo).
La realidad que me encontraba cada vez ponía más difícil mi empresa. Qué se podía esperar de un muchacho que tuvo como mejor amigo en la escuela de primaria un libro, La isla del doctor Moreau de Well.
Así que tracé un plan y realicé, casi como un decálogo que guiaría mis días futuros (pero no se apuren, que es casi como un decálogo, pero no uno):
EL INVENTARIO DE PASOS PARA CONVERTIRSE EN ALBERTO MANGUEL
-Lo primero de todo fue falsificar la fecha de nacimiento que me resultó fácil, ya que mi padre también nació en 1948, y sólo se trataba de ocultar el nombre y pasar a ser el sr. Aguilar, hasta el cambio definitivo.
-Rompí el título de la universidad sin nostalgias, por qué no, como pensaba Maguel la universidad podía resultar aburrida y carente de interés, y aunque yo había conocido cosas interesantes, entre ellas el amor, me desprendí de mi encorsetada educación académica y me hice autodidacta.
-Atribuirme ciertos premios fue relativamente sencillo. El power point y algo de desparpajo juvenil me los proporcionaron. Luego entré en algunas páginas y dejé caer los datos como el que no quiere la cosa. Como es sabido de todos, si está en Internet es que es verdad, y bajo esa premisa obtuve pronto los primeros resultados.
-Con estas mismas tretas comencé a apropiarme de una biografía, que a poco comprendí que se iba a forjar a través de los libros que iba leyendo y de los lugares que visitaría siguiendo los pasos de Alberto. Una biografía, “como una de aquellas bolsas de libros que los viajeros solían llevar consigo hace siglos” (Diario de lecturas), porque “los libros son curiosamente un reflejo del lector y no del autor” (Entrevista de Javier Rodríguez Marcos, El País, 10/01/02), había dicho mi guía, mi Virgilio en este si no divina, sí comedia en la que se había convertido mi vida.
-Visitar en tan solo un año Londres, Calgary, Turín, Terranova, Valladolid... y Buenos Aires, se me hizo más arduo. Amén de que para sufragar estos viajes tuve que desempeñar trabajos insospechados que nada tenían que ver con mi sueño y a los que llevaba libros para redoblar mis horas de lectura en un empeño casi quijotesco.
Al cabo de unos meses estaba rodeado de libros, sin embargo nada que ver con los 50.000 ejemplares que confiesa tener, con cierto pudor, el otro Alberto, el auténtico, en cajas que va desembalando en su casa de Francia. Había libros por todos lados, unos para leer, otros para releer, libros apilados en la mesilla, en el suelo, en el sofá, libros en contacto que me transmitían por osmosis su aventura, su razón de vida. Cambié de costumbres, dejé de frecuentar viejos hábitos. Había leído que Alberto, al que empecé a tutear con esa extraña complicidad que da la identificación, en una entrevista comentaba que “a la cama no nos llevamos cualquier cosa. Los franceses tienen la expresión jouir de la lecture, gozar de la lectura, en el sentido del orgasmo. La expresión es justa”, decía finalmente. Empecé por llevarme a la cama a Borges, a Cortázar, o la pobre María Alcofarado de las Cartas de una monja portuguesa. Hasta que mi mujer algo rezongona a mis insinuaciones de que se trasladara de cuarto hizo un donoso escrutinio y fue despachando de nuestra cama los volúmenes que nos separaban en un mar de letras y papel no siempre encuadernado en tapa dura.
Aquello finalmente se estaba convirtiendo en una locura. Y desistí. Llegué a la conclusión de que sólo se puede ser Alberto Manguel siendo Alberto Manguel. Pero las determinaciones que vienen del mundo de los sueños tienen una tozudez extremada e intratable, así que me resistía en mi fuero interno a no ser aquel por el que había trabajado tanto. Tantas vueltas di que finalmente encontré una solución a medio camino entre la cordura y su hermana la locura, y fue ser nuestro invitado a ratos y de una forma muy sencilla, a través de sus libros, de sus palabras, de sus anécdotas, de sus historias. Que para ser Alberto Maguel, para estar uno definitivamente en casa, como él mismo dice, sólo hace falta un libro y una cama.
'Sé lo que te he dado; no sé lo que has recibido', escribió Antonio Porchia. Y yo quería terminar con esta frase. Tal vez porque no encuentro vuelos a la isla de Nueva Suiza, donde quiero construir una casa sobre el cabo Desilusión, mirando a la bahía Segura. Es mi último deseo, seguir a Alberto Manguel por los mundos imaginarios. Puesto que me he aficionado a leer, sería una lástima no continuar este viaje.
1 comentario:
Ha llegado a mis manos documentación inédita de Pierre Menard a través de la cual he descubierto el lugar de la Mancha del Quijote, Urda, puedo demostrarlo de forma matemática (Cervantes da dos veces el eje de coordenadas en el texto de su libro), se trata pues de la única y verdadera aldea de Sancho. He escrito un libro, “Escrito con la zurda”, donde se esconden las claves necesarias para descubrir el verdadero y único lugar de la Mancha al que se refería Cervantes con su “de cuyo nombre no quiero acordarme” o “que no le saldrá en la vida” del romance “El Amante apaleado“, mediante cuatro sistemas: hieroglíficos, anagramas, profecías y lógica de la orientación con respecto a Puerto Lapice deducida del texto quijotil. Cervantes sigue escribiendo si se hace lo que se conviene y aquí me estoy refiriendo a la penúltima frase del prólogo del Persiles: “Tiempo vendra quiça, donde anudando este roto hilo, diga lo que aqui me falta, y lo que sè conuenia.”. Para ello hay que anudar ese roto hilo, lo cual es complicado.
Comprendo que lo dicho puede resultar extraño e increíble pero es absolutamente cierto y demostrable. El descubrimiento de este enigma me ha llevado tres años de trabajos y a escribir este mi primer y único libro que esconde un autentico tesoro literario: la existencia de formas ocultas en la obra de Cervantes, especialmente en el Quijote, algo que ha permanecido oculto durante 400 años y que ahora sale a luz. Quisiera ser tomado en serio y no es mi propósito tomar el pelo a nadie ni exponer teorías fantasiosas, repito que todo lo dicho es matemáticamente demostrable, y que de la lectura del libro se puede llegar a conocer el nombre de la aldea del Quijote, un pueblo nunca antes mencionado ni como sospechoso. Con todo, el libro oculta nuevamente dicho nombre, dejando que sea el lector avizor el que destape tal misterio si sigue las indicaciones y tiene un buen mapa de la zona o es conocedor de la Mancha. Así que me ha parecido mejor escribir y adjuntar un ensayo corto titulado “Urda la desconocida” para la mejor comprensión de la enrevesada trama del libro. En el ensayo, que se puede leer a modo de prólogo, se dice de forma clara y directa cual es el lugar de la Mancha, Urda (a 30 km. de Puerto Lapice por el noroeste) y las curiosas y contundentes razones que llevan al nombre de este pueblo o a su posición geográfica.
Lo sorprendente es que en este caso se trata de un estudio serio y riguroso, presentado en forma de novela, con pruebas concluyentes que muestran la existencia de esas formas difíciles correspondientes al mejor manierismo literario y muy de moda en la época de Cervantes, que se sirvió de ellas para plantear adivinanzas sobre el lugar y Avellaneda. Sólo pido algo de credibilidad y también paciencia para leerse el ensayo o el libro. Si se está interesado en más información contactar conmigo en fajunco@.hotmail.com
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