Otra vuelta de tuerca y volvió a girar el dial. Eran las siete de una mañana gris y calurosa. Los coches pasaban en largas hileras hacia el trabajo, se abalanzaban hacia un poniente aún inconcebible, un far west. En algún lugar del mundo las calles ardían. La noche era un trozo de bolsa de basura retirándose con los camiones hacia el vertedero.
La fanfarria de la emisora terminó por crisparle los nervios. Se giró en la cama y tuvo que contener el resuello, que se le aceleraba. No sé quién eres, pensó sin entrar en más supuestos filosóficos, sólo que no la reconocía, no acertaba a ver los lunares del cuello o el extraño pliegue de su oreja. Buenos días amor, pensó, esta vez en voz alta, y se adentró en el baño como quien entra en una niebla que por un momento abole tiempo y espacio. Todavía se escuchaba la radio a través de las paredes y de la mampara de la bañera. Rasuró su barba sin saber para quién lo hacía, con quién se encontraría al cruzar de nuevo el umbral de su habitación.
No encendió la luz. Se sentó en el borde de la cama y enlazó el cordón de los botines. Ella se levantó por su lado, se puso el camisón -que no podría jurar que era suyo-. Lo único que escuchó después fue el agua de la ducha entremezclada con las opiniones de los tertulianos. Giró la cabeza y vio el display parpadeante del radio despertador, las voces incesantes, el agua de la ducha. Extendió la mano y la apagó.
Ella ya no volvió del baño.
La fanfarria de la emisora terminó por crisparle los nervios. Se giró en la cama y tuvo que contener el resuello, que se le aceleraba. No sé quién eres, pensó sin entrar en más supuestos filosóficos, sólo que no la reconocía, no acertaba a ver los lunares del cuello o el extraño pliegue de su oreja. Buenos días amor, pensó, esta vez en voz alta, y se adentró en el baño como quien entra en una niebla que por un momento abole tiempo y espacio. Todavía se escuchaba la radio a través de las paredes y de la mampara de la bañera. Rasuró su barba sin saber para quién lo hacía, con quién se encontraría al cruzar de nuevo el umbral de su habitación.
No encendió la luz. Se sentó en el borde de la cama y enlazó el cordón de los botines. Ella se levantó por su lado, se puso el camisón -que no podría jurar que era suyo-. Lo único que escuchó después fue el agua de la ducha entremezclada con las opiniones de los tertulianos. Giró la cabeza y vio el display parpadeante del radio despertador, las voces incesantes, el agua de la ducha. Extendió la mano y la apagó.
Ella ya no volvió del baño.
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