Este blog solía ser otra cosa, me dice, solías hablar más en primera persona, era, cómo decirlo, más íntimo, añade mientras apoya uno de los dedos de su mano izquierda sobre su labio superior. Y es verdad, le digo, así de pronto, y ya no sé si para que se calle o porque lo crea así. En los dos casos no se trata de que la ningunee, es simplemente que necesito unos segundos para pensar.
Más que verdad, reconsidero, es cierto, lo que parece tener otros matices. Hace unos años este blog se convirtió en una especie de diario encubierto del alquimista. No sé si has leído el libro de Coelho, el autor que ahora se atreve con el Aleph de Borges -primero Fernández Mallo, ahora Coelho. ¿Se podría decir que la cosa va de mal en peor?-, pero entonces El Alquimista me pareció un libro bonito, de esos sobre la búsqueda del sentido de la vida, libros que por cierto con el tiempo he terminado por odiar, como los de Jorge Bucay, al que tengo en el sancta sanctorum de mi papelera. ¿La salvación como negocio, como encubrimiento de la carencia artística?, me vuelvo a preguntar. Aunque la verdad es que también cuentan cosas que más allá de la calidad o no literaria son un punto de empatía con personas que están también en ese camino. Yo prefiero el poema de Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo, incluso cantado por Los Suaves, que me pone.
Pues eso, que aparecía por aquí y por allá notas dispersas sobre una vida en expansión y a la vez, aunque parezca paradójico, de recogimiento y concentración. Lo dejaré aquí, que al final termino pareciéndome a Bucay. Y será cierto, me barrunto. Y hago acto de constricción y me prometo volver a contar cosas de esas, siempre a mi manera, porque el mundo, al menos el interior, siempre está en perpetuo movimiento.
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