Me levanto todas las mañanas. Tal vez prefiriera levantarme por la tarde o simplemente no hacerlo, o desdeslevantarme, dar dos piruetas camino del baño y volver a dormir. Preferiría no hacerlo, dice Bartleby. Pero lo hago. Desayuno. Camino del trabajo oigo la radio mientras esquivo los coches y tal vez, si es viernes, compro el periódico, me detengo en el escaparate. Hago suposiciones sobre lo que veo, sospecho, barrunto. Luego, invariablemente trabajo unas horas, que podría dedicar a otra cosa, pero que afortunadamente, me digo, dedico a trabajar, porque a final de mes tengo que pagar el gas que uso para calentar el agua y ducharme y dormir de una forma lo suficientemente confortable como para poder levantarme al día siguiente e ir a trabajar de nuevo.
También al final de mes hago mis cuentas. Como todos (ay, ingenuo). Si me queda algo me alegro, revivo el cuento de la lechera y cuento con la paga extraordinaria de final de año para planear un viaje, comprar una mampara para el baño, joder, darme un capricho. Si no me sobra nada, lo que viene siendo costumbre, me siento algo culpable, tal vez debería salir menos, recortar en gastos, pensar más en eso que llaman ahorro, austeridad, que además, según no se sabe quién, dignifica, te hace fuerte y virtuoso.
¿Puede alguien provocar una crisis económica mundial así? La verdad es que me doy miedo, tanto poder concentrado, pero luego me relajo, respiro aliviado. Coño, me digo, menos mal que no me queda tiempo para provocarla.
Pero siempre hay alguien que se encarga, por medio de una serie de estructuras que condicionan nuestro pensamiento (perdón), de consolarnos. Se trata de alguien que te dice lo hermoso que es tener una hipoteca, dos hijos, y otro par de coches en el garaje. Alguien que se encarga de decirte lo especial que es despertarse un sábado por la mañana, algo más tarde que de costumbre, ver la luz de la ciudad que se despereza y sentir, nos dice, sentir que eso te lo has ganado tú, que ese descanso es tu ganado premio por las horas de trabajo.
Y pienso, en ese mismo sábado por la mañana, con los ojos legañosos aún, dios mío, qué terrible es la ironía.
También al final de mes hago mis cuentas. Como todos (ay, ingenuo). Si me queda algo me alegro, revivo el cuento de la lechera y cuento con la paga extraordinaria de final de año para planear un viaje, comprar una mampara para el baño, joder, darme un capricho. Si no me sobra nada, lo que viene siendo costumbre, me siento algo culpable, tal vez debería salir menos, recortar en gastos, pensar más en eso que llaman ahorro, austeridad, que además, según no se sabe quién, dignifica, te hace fuerte y virtuoso.
¿Puede alguien provocar una crisis económica mundial así? La verdad es que me doy miedo, tanto poder concentrado, pero luego me relajo, respiro aliviado. Coño, me digo, menos mal que no me queda tiempo para provocarla.
Pero siempre hay alguien que se encarga, por medio de una serie de estructuras que condicionan nuestro pensamiento (perdón), de consolarnos. Se trata de alguien que te dice lo hermoso que es tener una hipoteca, dos hijos, y otro par de coches en el garaje. Alguien que se encarga de decirte lo especial que es despertarse un sábado por la mañana, algo más tarde que de costumbre, ver la luz de la ciudad que se despereza y sentir, nos dice, sentir que eso te lo has ganado tú, que ese descanso es tu ganado premio por las horas de trabajo.
Y pienso, en ese mismo sábado por la mañana, con los ojos legañosos aún, dios mío, qué terrible es la ironía.
3 comentarios:
Triste situación, Antoñico; sobre todo la del que se levanta sabiendo que no encontrará curro.
Saludos.
Antonio, estás hecho un subversivo. Con los sábados no te metas. Que sepas que tu blog está siendo controlado desde que pusiste eso de "dignidad". La dignidad es lo más subversivo.Menos mal que casi nadie la tiene ya, y se creen esa falacia de que los recortes sociales son inevitables, que la única elección posible es sanidad o educación o pensiones o prestación de desempleo. Menos dignidad y más sábados. Disimula, nos están mirando. Brinda.
Don Diego, que no Dyhego. Que yo sepa esta entrada ha aparecido sola, yo no tengo nada que ver.
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