sábado, 3 de septiembre de 2011

El camaleón


Llegué al lavapiés. Después de la última tabla del pasadizo desde la playa estaba el lavapiés, metálico, de líneas rectas, con surtidores de agua para quitarte la arena de entre los dedos, la arena de los talones, del empeine. De pronto veo que en la maleza que invade parte de la plataforma de cemento algo se mueve, es un pequeño camaleón. Yo no sé qué hace ahí. Tal vez tenga, en el mejor de los casos, una vaga idea de lo que yo hago. Nos miramos. Al principio sólo lo miro yo, él parece no percatarse de mi presencia, pero algo hay en sus movimientos que lo delatan. Se gira lentamente, duda pero alarga sus pies, extiende sus músculos con una seguridad pegajosa y de pronto me mira, primero con un ojo, luego con el otro.

Detrás de nosotros un hombre mayor espera a que nos quitemos la arena. Nos mira preocupado, cuidado, dice, que vienen los salvajes. Un grupo de niños avanza con sus cubos de agua y sus palas. Vuelvo a mirar al camaleón, pero ya no está. Y pienso mejor estos salvajes que un concejal de ayuntamiento, un consejero de medio ambiente, un constructor. Joder, pienso, lo que podría haber pasado, pero me siento un poco incómodo porque quién nos asegura que estos niños no llegarán a ser equivocadamente concejales de esos ayuntamientos, consejeros de medio ambiente, constructores de dúplex con vistas a la playa.

Y entonces lo comprendo. Me mimetizo con el paisaje. Y lo hago.

1 comentario:

Dyhego dijo...

¡No te mimetices demasiado no sea que no te encontremos!
Salu2.