viernes, 7 de octubre de 2011

Estado de dignidad 4: El almuerzo del obrero.


A mi compañera Mariado.

Mi madre me explicó, con su santa paciencia, que si batía los huevos antes de pelar las patatas, como tú pelas las patatas que hasta te remangas los pantalones con tal de no mancharte, añadía, es muy probable que termines intoxicando a tus comensales, porque, añadía, una cosa es pelar patatas y otra muy distinta quitar las mondas, así, poquito poco, con esa cachaza que te dio dios, decía, porque de mí no la has sacado.

Luego fríe las patatas en abundante aceite, me indicaba, no seas tacaño que bastante tienes con ser funcionario. Que sepa, déjate esos aceites de girasol, las mantequillas, para otros menesteres, aceite de oliva, que huela, que crezca. Eso de que el aceite crezca, debo de reconocer, siempre me ha parecido algo muy curioso, cómo de pronto llena la sartén y chispea. Y cuando estaba en estas cosas, es decir, cuando me quedaba pesando en las musarañas, me llamaba, hijo, decía, escucha, y no se te vaya a ocurrir meter el dedo para ver si está caliente. Mi madre, como se ve, nunca ha tenido un exceso de confianza en mi sentido práctico.Huélelo, míralo.

Corta las patatas finas y no las quiebres con el cuchillo, que eso está bien para el estofado pero no para una tortilla. Llegado este momento, siempre me decía, marcando después un silencio valorativo (que como era un silencio se callaba para sí y que como era valorativo me miraba de arriba a abajo), tira los huevos esos que habías cascado y batido y saca unos nuevos. Ahora. Hazlo ahora. Y luego lo dejas todo que se haga a fuego lento. Sólo entonces tendrás una buena tortilla de patatas.

La verdad, después de todo, es que no he vuelto a hacer una tortilla de patatas en mi vida, pero de lo que sí puedes estar seguro es de que cuando en mitad de la mañana, cuando paro para desayunar, me llevo a la boca una tapa de tortilla con mi cerveza al lado, esté donde esté, siempre, siempre, me acuerdo de mi madre y de aquello que me dice al final, cuando me sonríe y me regaña, pero apiadándose de mí, con un pero tú no seas tonto, hijo, y vente a casa que como en casa no se come en ningún sitio y ya me encargo yo de la tortilla.

1 comentario:

Dyhego dijo...

Dichoso tú, que puedes ir a la casa materna a comerte una tortilla de patatas.
Saludos.
(Ya es la segunda vez que me reprendes...)