Llevo una semana sin coger el teléfono a nadie. La situación me mantiene en vilo, es un sinvivir, no puedo verlo de otra manera. He dejado de comer. Respiro poco. No hablo mucho.
Todo empezó una tarde hace apenas siete días. Estaba recostado en el sofá viendo una reposición de la serie Bones. Me gusta Bones, pero me había dormido. Nunca termino de verla del todo, en algún momento me duermo, doy una cabezada, y eso hace que los casos que allí se resuelven sigan como un misterio en mi cabeza. De pronto noto la vibración del móvil sobre el brazo del sofá. Cuando consigo estirar mi brazo y alcanzar el teléfono, quien quiera que sea aún insiste. Es alguien conocido esta vez. No siempre es la misma persona. Lo veo en la pantalla, sonríe, porque en esta ocasión tengo una foto vinculada a su número, pero no descuelgo. Qué querrá me pregunto, pero no me atrevo a pulsar el botón verde y dejo que siga sonando, en puridad debería decir vibrando.
Y así invariablemente y llame quien llame. Lleno de dudas. ¿Qué querrá o qué querrán? ¿Por qué me llaman? ¿Será importante? Y me quedo mirando la pantalla del móvil durante unos segundos y no sé. Tan sólo abrigo la esperanza de que vuelva a sonar y entonces tal vez alcance a dar con la respuesta.
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